José María Villalta Flórez-Estrada
Puedo entender que en el PAC crean que para ganar las elecciones deben congraciarse con los promotores del SÍ al TLC al punto de nombrar a sus representantes en los principales cargos de elección popular. Según esta creencia, de por sí los del NO siempre votaremos por ellos, sin importar lo que hagan o dejen de hacer, por aquello del voto útil y la lógica del “menos peor”. No necesitan convencernos ni evitar hacernos desaires, pues somos votos seguros, atrapados, como en 2006, por la imperiosa necesidad de que no siga en el gobierno la candidata de los Arias.
Aunque tengo la convicción de que es una estrategia destinada al fracaso, puedo comprender que sus artífices en ese partido la sostengan, entre muchas otras razones, por la tendencia imperante en nuestro medio a asumir la historia como un proceso lineal. Al fin al cabo la última palabra sobre su eficacia o no la tendrá el pueblo el próximo 7 de febrero.
Pero lo que nunca podré entender ni aceptar es que la representante del SÍ, ahora con flamante candidatura a la primera vicepresidencia, nos venga a decir que el TLC es un asunto superado, un hecho del pasado.
La falsedad de tal afirmación salta a la vista con solo echar un vistazo a nuestro alrededor. El TLC no es asunto del pasado porque cada día que pasa se empiezan a sentir con más fuerza los efectos negativos de dicho tratado en los más diversos ámbitos de la vida nacional. Y esto, a pesar de que todavía no han surtido efectos varias de sus cláusulas más perniciosas.
No fue en 1994 cuando los campesinos mexicanos empezaron a gritar desesperadamente que “el campo no aguanta más”. Fue algunos años después de la entrada en vigencia del TLC de América del Norte, cuando se eliminó la protección arancelaria y entraron las importaciones masivas de maíz subsidiado y transgénico que arruinaron a miles de familias campesinas.
Pues en Costa Rica ni siquiera se han vencido los plazos de gracia para la desprotección de los productos agropecuarios nacionales más sensibles y vulnerables. Estos plazos de “muerte lenta” tienen un periodo inicial en que los aranceles no bajan, que puede ir de cuatro a diez años según el producto. Después empiezan a eliminarse progresivamente hasta quedar en cero. Será cuando estos plazos fenezcan que los productores nacionales que venden en el mercado interno empezarán a sentir el golpe brutal de la competencia desigual del tratado. ¿Cómo nos van a decir que es asunto superado?
Peor aún, una de las cláusulas más nefastas y menos discutidas de todo el TLC, la obligación de privatizar el seguro social de riesgos del trabajo ¡ni siquiera ha entrado en vigencia! Es a partir del 1 de enero de 2011 que regirá para Costa Rica la obligación de desmantelar un seguro universal y solidario de rango constitucional que hasta la fecha ha funcionado bien para someterlo a la lógica del lucro y la especulación privada. ¿Cómo que el pasado? ¿Así nos preparamos para esta grave amenaza?
Un reciente estudio de investigadores de la UCR basado en metodologías avaladas por la Organización Panamericana de la Salud –el mismo que nunca quisieron hacer durante la discusión del TLC- estimó el impacto para Costa Rica de aplicar las normas de propiedad intelectual del TLC que fortalecen los monopolios sobre los medicamentos de las trasnacionales farmacéuticas y retrasan la salida al mercado de genéricos, por encima de los compromisos adquiridos en la OMC. Las conclusiones son contundentes: para 2030 la CCSS se vería obligada a incrementar su presupuesto para la compra de medicamentos en un monto que oscilaría entre $176 millones y $331 millones en el peor escenario. A su vez estas obligaciones implicarían que para ese año los precios de los medicamentos se incrementarían hasta en un 31% y que si la CCSS quisiera evitar esos desembolsos adicionales tendría que reducir su consumo anual de medicinas entre un 14% y más de un 24%. ¿Será el acceso a la salud un problema del pasado para el pueblo de Costa Rica?
Al mismo tiempo están todos los efectos que ya estamos sintiendo un día sí y otro también. Ya se están empezando a presentar las primeras demandas de inversionistas extranjeros que valiéndose de los privilegios desmedidos que les otorga el TLC tratan de torcer el brazo de las autoridades nacionales para que no apliquen las leyes ambientales del país como ocurre en el caso del Parque Las Baulas en Guanacaste o como pasó con el proyecto minero Crucitas donde los inversionistas canadienses usaron –y quien sabe si seguirán usando- las normas abusivas de otros tratados similares –multiplicadas y reforzadas por el TLC- para presionar por la aprobación de un estudio de impacto ambiental técnicamente deficiente e incompleto.
En estos momentos las comunidades indígenas y las organizaciones ecologistas que integran la Red de Biodiversidad siguen luchando contra dos decretos derivados del TLC que permiten el patentamiento del conocimiento tradicional sin consulta previa a los pueblos autóctonos y que desmantelan los controles previos de la Ley de Biodiversidad para evitar que las trasnacionales se apropien sin permiso de los elementos de nuestra biodiversidad.
Los estudiantes de las universidades públicas están denunciando la amenaza que se cierne sobre su derecho de acceso a las fotocopias para estudiar, como consecuencia de las normas abusivas del TLC que fortalecen los monopolios de la propiedad intelectual a niveles insoportables para un país en vías de desarrollo. Mientras, las trasnacionales anuncian sus primeras acciones de persecución contra las empresas fotocopiadoras y promueven cobros abusivos contra radioemisoras y pequeños comercios, envalentonadas por leyes impuestas que les otorgan mayores poderes que a cualquier otro sector de la sociedad.
Ni siquiera han iniciado operaciones las trasnacionales beneficiadas con la privatización de los servicios estratégicos de telecomunicaciones –que ahora no son servicio público- y ya se empiezan a ver los estragos causados por el proceso de debilitamiento y estrangulamiento interno (“reestructuración”) del ICE, institución forzada a renunciar a sus objetivos de solidaridad y universalidad como condición para sobrevivir. Y ni hablar de la nueva reforma presentada por los Arias para privatizar ahora también el sector eléctrico, aunque, claro, según el Gobierno esto “nada tiene que ver con el TLC”.
La Asamblea Legislativa sigue impregnada hasta la médula por la ideología del TLC. Ahí no se mueve una hoja sin el visto bueno del COMEX y demás promotores del tratado. Hace poco, en la Comisión de Ambiente, abortaron una reforma que pretendía gravar con impuestos la importación al país de desechos, de basura ¡oh sacrilegio! porque los defensores del TLC determinaron que contradecía al tratado. En el Plenario otros intentan frenar una ley para dar concesiones de radio y televisión a las universidades públicas porque “discrimina” a las pobres corporaciones.
Pero no es solo que ya sufrimos a diario los efectos concretos del TLC. El problema es mucho mayor. En la lucha contra el TLC se discutió mucho más que un instrumento jurídico, por más extensos, profundos y complejos que sean sus efectos. No es solo por un tratado por lo que peleamos.
En realidad esta lucha ha sido, es y será contra el modelo económico injusto, excluyente y concentrador de la riqueza que nos han venido imponiendo en este país durante los últimos veinticinco años. El modelo de desmantelamiento de las instituciones sociales, de privatización de los bienes colectivos, el modelo de la ley de la jungla, que considera las garantías sociales como trabas a los buenos negocios, que trata a la naturaleza como una mercancía que se compra y se vende al mejor postor. El modelo suicida del capitalismo salvaje neoliberal que el pueblo de Costa Rica viene sufriendo y resistiendo desde hace décadas.
Porque el TLC no es otra cosa que una condensación de ese modelo. Un intento de otorgarle a esas políticas excluyentes e injustas rango y autoridad superior a las leyes, porque saben que el pueblo ya no las soporta más. Un paquetazo para meter por la cocina -con la excusa de exportar chayotes- muchas de las reformas estructurales que no habían podido aprobar de otra manera por la creciente oposición de la gente. Esa es una de las principales razones que explican la formidable movilización popular que fue la lucha del movimiento patriótico contra el TLC.
Por eso es que indigna que ahora los promotores del SÍ nos vengan a decir que aquí no pasó nada y que se trata de un tema “secundario”, marginal. Una pequeña escaramuza que ya quedó en el olvido. ¡Como va a estar superado el TLC si es la expresión más desarrollada de las políticas neoliberales contra las que tenemos tantos años de estar luchando!
Y por eso también es inexplicable que quienes hablan de cambiar las políticas neoliberales en Costa Rica digan estas cosas. ¿Cómo va a ser un asunto del pasado para un partido que aspira a dejar atrás el neoliberalismo un tratado que le prohíbe al Estado crear nuevos monopolios públicos de servicios, aunque los apruebe por unanimidad la Asamblea Legislativa? ¿Y las nuevas “cañas de pescar” que surjan en el futuro? ¿Cómo hubieran hecho Figueres, Calderón Guardia o Ricardo Jiménez con TLC?
¿Cómo va a estar superado –si hablamos de distribuir la riqueza y promover las pequeñas empresas- un tratado que le prohíbe a Costa Rica poner requisitos de transferencia de tecnología y encadenamientos productivos con empresas locales a los inversionistas extranjeros que vengan al país? ¿Cómo no va a ser relevante para un gobierno progresista un tratado que nos obliga a discutir en Washington y con jueces nombrados por Mr. Zoellick decisiones soberanas como si se abre o no una mina de oro en Cutris de San Carlos? ¿Pero en qué país viven?
Por otra parte, decir que el TLC es cosa del pasado en la Costa Rica actual también es una burla y un irrespeto a esa gran mayoría de costarricenses que sufrieron en carne propia el chantaje, la compra de votos, las amenazas a trabajadores humildes, el terrorismo mediático, la perversa estrategia de atemorizar sistemáticamente a la población. Según esta forma de pensar, el fraude del memorando del miedo también sería cosa del pasado, a pesar de que el daño causado nunca ha sido reparado y sus responsables siguen en la más absoluta impunidad. Peor aún, ya inician los preparativos para reproducir las mismas prácticas en el proceso electoral de 2010.
La vieja receta de la amnesia y la impunidad tan conocida en América Latina. Aquí no pasó nada para que todo siga igual. Dicen que hay que “pasar la página” para “volver a unir a Costa Rica”. Bajo esta lógica quienes se niegan a olvidar, quienes reclaman justicia terminan siendo responsables de que el país esté dividido y no tengamos paz social. Nada tendrían que ver la creciente desviación de los bienes que son de todos para los negocios de unos pocos ni la insoportable desigualdad social provocada y acentuada por el modelo-TLC.
No es de extrañar que los ganadores de este modelo traten de recetarnos el olvido rápido (inexplicable en la boca de quién diga querer cambiar algo en Costa Rica) Les inquieta que esa lucha no haya sido solo una pesadilla pasajera. ¿En que momento los perdedores se dieron cuenta que lo eran? ¿En qué momento se nos volcó la mayoría de la población contra las políticas que nos han permitido hacer tan buenos negocios en estos últimos veinte años? ¿En qué momento se unieron todos esos sectores tan diversos que hemos sabido dividir tan hábilmente durante tanto tiempo? ¿Pero qué pasó, si pusimos tantos millones, por qué quedamos a merced de que la embajada gringa nos salvara la tanda? ¿Si compramos tantos votos, si la gran la mayoría trabajaba para nosotros, por qué entonces tantos dijeron NO? ¿Por qué tuvimos que quitarnos nuestra careta de demócratas? ¿Cómo fuimos a perder en Talamanca, en Buenos Aires, en Upala, en Nicoya si ahí siempre hemos controlado todo?
¡No señores! No vamos a olvidar el TLC. No vamos a olvidar nuestra lucha.
El TLC solo quedará superado cuando se entierren las políticas neoliberales que empobrecen a nuestro pueblo. Cuando cambie radicalmente el modelo económico que pretenden consolidar en ese tratado y sus leyes. Cuando recuperemos Costa Rica para la gente. Cuando los bienes colectivos: los servicios públicos, los seguros sociales, la salud, la educación, la electricidad, las telecomunicaciones, los recursos naturales, el agua, la biodiversidad y las semillas, la cultura y el conocimiento, vuelvan a estar al servicio del bienestar de las grandes mayorías. Cuando recuperemos nuestra capacidad como sociedad de intervenir y organizar la actividad económica, repartiendo la riqueza, sin destruir la naturaleza ni explotar y humillar a la gente trabajadora. Cuando recuperemos nuestra soberanía para definir nuestras propias leyes y decidir colectivamente la forma en que queremos desarrollarnos.
El TLC solo será cosa del pasado cuando erradiquemos de la política el memorando del miedo y los que se mantienen en el poder a costa de sus viles tácticas rindan cuentas y reparen los inmensos daños que han causado. Antes es imposible. Mientras tanto seguiremos luchando. Lástima que algunos no lo entiendan.