El Frente Amplio, fiel en la defensa de los derechos humanos y en contra de la exclusión, invita a la ciudadanía a acompañar nuestra Columna Amarilla en la Marcha de la Diversidad este domingo 23 de junio.
Conmemoramos 50 años de lucha sostenida por miles de millones de personas por salir de la oscuridad, por resistir la criminalización, la patologización y la ultraconservadora que aún hoy señala, margina y mata. También conmemoramos y acompañamos la lucha de todas aquellas personas que al mismo tiempo que padecían y padecen el sistema sexo-género como destino, tuvieron que llevar la pesada carga de haber nacido sin más que sus manos para trabajar.
El grito de Stonewall
Cuatro años antes de que la Asociación Americana de Psiquiatría eliminara el diagnóstico de homosexualidad de su catálogo de enfermedades mentales, la madrugada del sábado 28 de junio de 1969, en el pub Stonewall Inn, ubicado en Greenwinch Village, Nueva York, fue el escenario de un acto de desobediencia civil, que sería parte aguas en la historia de la revolución sexual de los años 60.
El llamado “Segundo Stonewall” -pues los célebres disturbios del 69 fueron antecedidos por otra revuelta con características similares: los Disturbios de la Cafetería Compton’s en Terderloin, San Francisco- fue el origen de un proyecto de liberación sexual que recogía una serie de insatisfacciones individuales y colectivas, fundamentalmente de mujeres trans, de minorías sexo-genéricas empobrecidas y racializadas o en situación de calle. Cronológicamente, los disturbios empataban con las luchas del Black Power, del feminismo de la segunda ola, de los movimientos estudiantiles radicales, de las apuestas contraculturales y del antimilitarismo y las protestas contra la guerra de Vietnam.
No es casual que la resistencia a la brutalidad policial fuera iniciada por mujeres trans trabajadoras sexuales como Silvia Rivera, y afroamericanas como Marsha P. Johnson, apodada la Rosa Parks del movimiento LGBTI. Las trayectorias vitales de las personas negras, migrantes y empobrecidas y las de homosexuales, lesbianas y trans, estaban marcadas por notas comunes, enfrentaban formas de violencia similares, desde la brutalidad policial, criminalización y patologización, hasta la expulsión de sus tejidos sociales más fundamentales.
Los Disturbios de Stonewall Inn desencadenaron en todo el mundo una serie de revueltas, de focos de organización de base LGBTI que compartían miradas globales del tiempo que les tocó sobrevivir, preocupadas por la violencia asociada a la mirada ortodoxa de la sexualidad, a la clase y a la raza, como elementos que no son independientes entre sí, sino que entre ellos se fortalecen y estructuran. Nos encontramos ante el origen de un activismo político organizado, que más tarde o más temprano, comenzará a cuestionar la restricciones que pesaban sobre la sexualidad y la identidad de género.
En Costa Rica: ¡La marcha es de la gente!
En nuestro país, el nacimiento del activismo de diversidad sexual, con liderazgos públicos claramente identificables y una hoja de ruta definida, es particularmente tardío si se nos compara con lo que ocurría en América del Norte y del Sur, arrancando en la primera mitad de los 80. Ahora bien, hay que decir que antes de esa década, ya las mujeres lesbianas llevaban sobre sus hombros una larga tradición de organización clandestina, ante la criminalización de la existencia pública, crearon espacios de socialización y redes de apoyo propias; todo lo anterior enmarcado en la persecución y la violencia de Estado.
A pesar de que en nuestro país, las relaciones sexuales consentidas entre personas del mismo sexo fueron despenalizadas en 1971, en la práctica poco o nada había cambiado respecto al clima de hostilidad que caracterizó la primera mitad del siglo XX, donde la acusación, e incluso la sospecha por sodomía se convirtió en un mecanismo estatal y ciudadano para vigilar y castigar. Ya desde el gobierno de José Joaquín Trejos, por ejemplo, se llevaban a cabo las tradicionales redadas policiales en centros de recreación nocturna que caracterizaron los proyectos de higienización urbana durante los años posteriores.
El recorrido de las exigencias del movimiento de diversidad sexual, da cuenta de una vindicación esencial: el derecho a la existencia pública, el de millones de personas, gente de a pie, a la que se le negaba incluso la posibilidad de acceder a un trabajo digno por causa de su orientación sexual o identidad de género, expulsada de sus tejidos sociales más próximos, forzada incluso a vivir en condición de calle. Precisamente por eso es que los lugares de recreación nocturna se convirtieron no solo en un refugio contra el frío y el desamparo, sino también en el escenario que permitió la construcción de redes comunitarias, donde las personas no heterosexuales y no cisgénero se encontraban con otras a quienes también se les negaba todo status político por razones distintas, vinculadas a la raza, a la condición migratoria no regularizada, al empobrecimiento, un escenario que se encarnaba en los cuerpos donde convergen al mismo tiempo la discriminación por motivos asociados a la identidad de género trans, a los procesos de racialización y a la clase, como fue el caso de Marsha P. Jonhson.
Desde el Frente Amplio levantamos la bandera de aquella vindicación inaugural. Cada año la Marcha de la Diversidad es el escenario en el cual se encuentran personas trabajadoras forzadas a permanecer en la oscuridad durante el resto del año sin pena de perder su empleo, con personas adultas mayores que asisten en secreto pues se vieron forzadas a envejecer sin poder manifestar quienes son; con activistas y militantes de partidos políticos; con jóvenes que marchan al lado de sus familias; con personas homosexuales, lesbianas, bisexuales y trans provenientes de comunidades rurales, de las costas, de las provincias condenadas al abandono por el neoliberalismo; con personas migrantes, forzadas a salir de sus países de origen, hermanos y hermanas centroamericanas que buscan en Costa Rica algún grado de seguridad, que no les persiga por su orientación sexual, su identidad de género o su expresión de género, pero que al arribar a nuestro país son víctimas de un doble estigma: la xenofobia y la LGBTIfobia. También levantamos la bandera de la defensa del derecho de todos, todas y todes a la política de la calle, a la protesta social como mecanismo para exigir, consolidar y defender nuestros derechos. Esto es justamente lo que no dejó Stonewall: el encuentro con las otros y los otros, y la revuelta comunitaria.
Nos vemos a las 11:00 am en el Quiznos de Paseo Colón.