Por supuesto que en 3 meses y semanas es posible identificar aciertos innegables, como la recuperación de la negociación salarial con el reconocimiento de que urge hacer justicia a las y los trabajadores de más bajos ingresos.
Por: José María Villalta *
Al cumplir 100 días el Gobierno de don Luis Guillermo Solís es justo y necesario exigirle que defina con absoluta claridad sus metas y prioridades. Los grandes temas en los que concretará sus esfuerzos. Los planes concretos a través de los cuales aterrizará las propuestas generales del plan que presentó al electorado. Pero es absolutamente descabellado emitir juicios concluyentes sobre su gestión, como algunos pretenden.
Por supuesto que en 3 meses y semanas es posible identificar aciertos innegables, como la recuperación de la negociación salarial con el reconocimiento de que urge hacer justicia a las y los trabajadores de más bajos ingresos. También hay errores, algunos nombramientos desafortunados, contradicciones con el discurso de campaña, al parecer en algunas áreas no tenían tanto equipo ni tanto programa como pregonaban. En el Frente Amplio hemos señalado sin tapujos ni mezquindad las luces y las sombras cuando ha sido necesario y lo seguiremos haciendo.
Pero me resisto a caer en esa moda tan propia de nuestra cultura política cortoplacista que pretende juzgar y sentenciar un Gobierno que apenas da sus primeros pasos. Ese ejercicio inevitablemente está cayendo en una casuística bastante arbitraria, donde cada quién destaca los episodios de su interés ante la imposibilidad de sacar conclusiones generales. No es posible evaluar a un Gobierno que ni siquiera ha podido presentar sus propios presupuestos públicos ni estampar su impronta en el Plan Nacional de Desarrollo.
Hay una razón de más peso todavía. Ocho años de gobiernos del PLN dejan un Estado desmantelado, debilitado y corrompido. Un Estado condicionado para el saqueo sistemático de los de arriba, donde se ha institucionalizado el tráfico de influencias y se ha roto la frontera en el interés público y los negocios privados. Ocho años en los que se han extendido los tentáculos de la cultura clientelista, en detrimento de la ciudadanía organizada. Ocho años que dejan un país en crisis fiscal, energética, ambiental, de la seguridad social, con más de un millón de compatriotas sumidos en la pobreza. Revertir este legado no es tarea fácil. La resistencia es brava. No solo le dejaron una multitud de mandos medios con maestría en que todo siga igual o alquileres leoninos bien amarrados. Hasta se niegan a permitir que el presidente exponga su informe en el Congreso.
Peor aún, 100 días son insuficientes para recuperar un Estado Social fracturado por 30 años de políticas excluyentes que, no solo han disparado la corrupción, sino que han aumentado la desigualdad social a niveles alarmantes. 30 años de gobiernos neoliberales que colapsaron nuestra infraestructura mientras clausuraron el ferrocarril, que convirtieron al CNP en un cascarón vacío mientras dejamos de producir nuestra comida, que sometieron la banca pública al negocio de especuladores y tagarotes, mientras nuestros pequeños productores se asfixian, que deterioraron las garantías sociales y los derechos laborales mientras lucraban con las compras de servicios de la CCSS.
30 años que han provocado la indignación de una inmensa mayoría de la población que expresó su deseo de cambio en las urnas. Enderezar este rumbo es una tarea titánica que no puede acometerse en 100 ni en 1000 días. Probablemente ni en 4 años. Y algo es seguro: semejante tarea no puede afrontarla con éxito un solo partido o un solo líder político por más “cargas” que sean.
Objetivo claro. Afrontar los cambios que nuestro pueblo demanda requiere inevitablemente la constitución de una gran coalición popular que agrupe sin sectarismos a las fuerzas políticas del amplio arco progresista –desde la izquierda democrática hasta socialcristianos y socialdemócratas cansados de la robadera y dispuestos a volver a las raíces- así como movimientos sociales y ciudadanía consciente, con el claro objetivo de que nuestra patria despierte, por fin, de la larga noche neoliberal.
En el FA tenemos claro este objetivo estratégico. Por eso durante la pasada campaña, después de superar dudas, dimos el paso decisivo para la conformación de dicha coalición -incluso con disposición a ceder la candidatura presidencial- y aún cuando esta no se logró y otras fuerzas políticas abrazaron la “campaña del miedo”, mantuvimos nuestras baterías siempre enfiladas contra los verdaderos responsables del descalabro institucional.
Lo anterior también lo tienen claro los mismos de siempre. Esos que no han empezado a aceptar que perdieron las elecciones. Además de disparar a la cabeza de los operadores políticos que podrían darle margen de maniobra al nuevo Gobierno, se empeñan en satanizar cualquier acercamiento con el FA y otras fuerzas progresistas. Pero tampoco le ofrecen una alternativa de alianzas que no implique sacrificar la promesa de cambio que cosechó 1 millón 300 mil votos.
Así, el mundo ideal para la derecha que roba, si no pueden cooptar al nuevo Gobierno, es un gobierno débil y aislado. Con discurso de cambio pero incapaz de cambiar mayor cosa. Como Abel. Su sueño de opio es poder decir: “¿Ven? Ya cambiamos y no pasó nada. Ahora volvemos nosotros”. Ya empiezan a asomarse los trenes cargados de cinismo.
La pregunta aquí es: ¿Tendrán esto claro en el PAC? Ya veremos.
*Exdiputado y excandidato presidencial del Partido Frente Amplio, artículo publicado en Página Abierta, suplemento del Diario Extra el día Martes 26 de Agosto de 2014.