La crisis no es solo un momento de destrucción y declive
José Merino del Río
Diputado Partido Frente Amplio
Después de anunciar un largo período de vacas flacas, el gobierno del presidente Arias parece atrapado en una parálisis de la que no sabe, no puede o no quiere salir.
Es cierto que asistimos a una crisis global –financiera, energética, alimentaria, ambiental, de civilización la llaman algunos– que combina de manera desigual factores internacionales, regionales y nacionales, que desborda las capacidades de un país pequeño y altamente vulnerable como el nuestro, pero que de ninguna manera exime al Gobierno de responsabilidades y, mucho menos, de posibilidades para actuar en defensa del interés nacional y de las mayorías.
Carencia de ideas. Una mirada atenta a la realidad, sin necesidad de tener especiales dotes proféticas, permitía pronosticar los males que se avecinaban. La crisis no comenzó ayer, pero el gobierno parece sorprendido, a veces dispuesto a echar a correr para salvar algún mueble de la quema, y casi siempre dando la impresión de carecer de ideas y de voluntad para capear al menos el temporal.
Reinan la improvisación y el desconcierto. Ante la crisis financiera, política de bandazos que solo beneficia a los especuladores y la fusión de política y negocio; frente a la crisis alimentaria, balbuceos y parches, mientras se disparan los precios y agoniza el mundo campesino ; la crisis energética –con la excepción de Petrocaribe– nos agarra huérfanos de proyecto alternativo, que comprometa a todos sin sacrificar a los más débiles, naturaleza incluida; la promesa de paz con la naturaleza, apenas se sostiene como hoja de parra que no logra cubrir la fuga hacia adelante en el uso predatorio del ambiente; y, para conjugar la palabra crisis en todas las modalidades posibles, no podía faltar la descomposición moral, ejemplificada en el uso de dinero para combatir la pobreza en piñata disfrazada de consultorías.
El Gobierno llega tarde y mal, mientras crece el descontento y la indignación, no solo en la oposición, también entre los mismos partidarios y aliados que ven el barco a la deriva, con un capitán ensimismado, sin reflejos y malhumorado, que redescubre la envidia como causa y motor de las críticas, tal como han pensado los ricos desde los orígenes de la desigualdad.
Preocupación. No nos alegramos de esta situación. Al contrario, nos preocupa y nos duele, porque daña al país y especialmente a los más débiles y necesitados. El balance de una crisis ignorada o enfrentada desde el error o el egoísmo, siempre arroja más desigualdad, exclusión, precarización.
La polémica no será ahora si aceptamos o no la apertura comercial, como lo planteó la vulgata neoliberal durante toda la campaña del TLC, la cuestión fundamental es si podemos tener un proyecto nacional y luchar por él, o dejar que sea el mercado internacional el que defina el proyecto.
A partir de que el único principio aceptable ordenador de la sociedad política es determinar lo que es justo, la realidad nos exige actuar con responsabilidad y decisión al conjunto de fuerzas progresistas y populares del país. En esta hora difícil tendremos siempre la necesidad de decir no a los males que nos agobian, pero no será suficiente si en el mismo acto de resistencia democrática no surge el planteamiento y la lucha alternativa.
La crisis no es solo un momento de destrucción y declive, puede ser también terreno fértil para la esperanza y la alternativa. Hay que atender ahora los problemas urgentes de combate a la pobreza, la desigualdad y el crimen, para mañana construir acuerdos políticos y sociales para otro modelo de desarrollo nacional, socialmente justo y ecológicamente sostenible.
Esa Costa Rica inclusiva, democrática y solidaria significará necesariamente otra redistribución del poder y de la propiedad.
* Periódico La Nación, sábado 26 de julio de 2008.