Queridas y queridos compatriotas, pueblo de Costa Rica:
Seguramente el país no enfrentaba una situación tan compleja y delicada desde hace más de tres décadas. La llamada globalización está viviendo la primera crisis de su historia, es una crisis profunda, no solamente es una crisis financiera y económica, también es una crisis alimentaria, es una crisis ambiental, es también una crisis moral. Los pensadores más lúcidos de la contemporaneidad la califican, incluso, de crisis de civilización. Es la crisis de un modo de producir, de relacionarse entre las personas y de las personas con la naturaleza que hace aguas por todos los lados, que no solamente se convierte en una maquinaria que devora todos los días a millones de seres humanos, destruyendo trabajo, destruyendo condiciones de vida, destruyendo posibilidades de futuro y esperanzas, también es una crisis que destruye las mismas posibilidades de sobrevivencia de la vida en el planeta. Crisis de civilización que exige un cambio, un viraje que no solamente se tiene que dar en nuestro país, sino que es un viraje al que están invitados todos los pueblos del planeta.
Por eso, en nuestra América Latina hay esa ebullición y se está produciendo un viraje de las políticas del capitalismo salvaje, de las políticas del neoliberalismo fracasado. Un viraje hacia las políticas sociales, hacia las políticas democráticas, hacia las políticas de izquierda que quieren romper con este ciclo del salvajismo y de destrucción de posibilidades de vida y de esperanza en nuestro continente y en el mundo.
No nos engañemos, pueblo de Costa Rica, esto no se va a enfrentar con curitas ni poniendo parches mal pegados, esto se va a enfrentar apostando a cambios sin tener miedo, igual que no han tenido miedo los pueblos de Brasil o de Ecuador, o de El Salvador o de Venezuela, Uruguay, etcétera, etcétera, que han quitado a los gobiernos neoliberales y han colocado al frente de los destinos de sus países a otras alianzas de fuerzas políticas y sociales que están apostando por colocar en el corazón de las políticas económicas a los seres humanos, en el corazón de las políticas nacionales la necesidad de recuperar la dignidad de nuestros países y un sentido de integración para los pueblos de Centroamérica y de América Latina.
No nos equivoquemos, el neoliberalismo que ha gobernado este país, por lo menos en las tres últimas décadas, está herido de muerte; está herido de muerte por las políticas que se han traducido en que en este país, que tiene todas las riquezas para llevar felicidad y bienestar a todos los hogares, tengamos que convivir con un millón de pobres, para que en este país que históricamente había apostado a la igualdad, a que no se crearan en Costa Rica las horribles diferencias y polarizaciones de otras sociedades de nuestro entorno, hayan estado creciendo aceleradamente los procesos de desigualdad social y de concentración de la riqueza. Ese neoliberalismo que también ha acelerado la corrupción no como un problema aislado, sino como una forma de hacer política y de hacer economía.
La corrupción es parte sistémica de las políticas neoliberales, los escándalos con los que todos los días nos desayunamos desde hace años en este país y que afectan casi sin ninguna excepción a todas las administraciones neoliberales, y especialmente a esta Administración Arias, no son errores o abusos que cometa un funcionario aislado, es una forma de funcionamiento económico que le extrae las riquezas a las mayorías populares y las concentra, cada vez más, en minorías excluyentes, en minorías abusivas, en minorías que hacen gala de un nuevo riquismo egoísta, ofensivo, humillante para el pueblo y la sociedad costarricense.
Por eso la retórica no es suficiente. Efectivamente es la hora del cambio para Costa Rica. Es la hora del cambio para que Costa Rica pueda encaminarse hacia el futuro, en este siglo XXI que ha nacido tan convulso, confuso y desorientado, recuperando nuestras raíces. Por un lado, las raíces de la república democrática, las raíces del Estado Social de Derecho, pero también con espíritu renovador, con espíritu de innovación para buscar las nuevas señas de identidad de la sociedad costarricense de cara a este siglo, que también no solamente está cargado de temores y de amenazas, sino que viene preñado de nuevas esperanzas, de nuevas posibilidades de construir sociedades inclusivas, solidarias, prósperas, cultas, donde quepamos todas y todos, naturaleza incluida, y donde no se siga acentuando esta deriva de exclusión, de opresión, de depredación de los recursos naturales y de los habitantes de nuestra República.
Desde el Frente Amplio seguiremos con lo que hemos venido haciendo en este Parlamento, participando activamente en el debate y en la polémica con razones y argumentos y también con pasiones y con compromisos. Seguiremos ejerciendo, efectivamente, el control político, la denuncia y también legislando, no solamente con iniciativas parlamentarias, sino tratando tanto de combatir aquellas iniciativas que van en contra de los derechos de nuestro pueblo, como tratando de mejorar aquéllas que pueden significar un pequeño paso. No dejaremos de apoyar, aunque sea un pequeño paso de magnitud ínfima, todo lo que sea bueno para Costa Rica y el pueblo también encontrará en el Frente Amplio, como siempre, una actitud desprendida y generosa.
Es un año extraordinario, no porque sea un año electoral. Cada cuatro años hay años electorales y en Costa Rica eso no significa que pase nada, porque cambian los gobiernos, pero no cambian las políticas económicas y sociales. Es un año extraordinario porque las fuerzas progresistas del país, que expresaron todo su potencial en las históricas jornadas para impedir que nos metieran a la fuerza el Tratado de Libre Comercio, mostraron la pujanza, el vigor, la generosidad, el talento necesario, no solamente para ir dignamente a unas elecciones, sino para construir las posibilidades de desalojar a los neoliberales del Gobierno, de que no vuelva a ver este Parlamento mayorías mecánicas para aprobar legislación en contra del país y en contra de los intereses populares, para que las municipalidades, los poderes locales se conviertan en verdaderas herramientas al servicio del desarrollo de las comunidades, al servicio del desarrollo de la democracia, de proximidad, atendiendo las necesidades de cada habitante, de cada rincón de este hermoso país. Es un año en donde la clase trabajadora de la ciudad, los campesinos, los empleados públicos, las fuerzas intelectuales, los jóvenes tendrán necesariamente que movilizarse, porque si no hay una urgente movilización ciudadana y popular, nos le quepa, pueblo de Costa Rica, ninguna duda que los mismos de siempre tratarán de que las consecuencias de esta crisis recaiga sobre las espaldas de las mayorías sociales de Costa Rica y eso hay que evitarlo, porque el pueblo no tiene ninguna responsabilidad en esta crisis.
El pueblo ha sido durante veinticinco años más bien víctima de estas políticas que hoy están en crisis, por eso va a hacer falta audacia, unidad, capacidad de propuesta, capacidad de lucha, porque hay posibilidades de enfrentar la crisis de otra manera, hay que volver a un Estado Social vigoroso, que invierta sin miedo en obra pública, que invierta en desarrollo educativo, en desarrollo sanitario, en desarrollo de las infraestructuras, que invierta en la creación de empleo bien remunerado, digno. Hay que apostar por unas políticas que realmente no solo recuperen lo que perdimos en seguridad alimentaria, sino que garanticen al agricultor de Costa Rica y al consumidor de Costa Rica la producción de aquellos alimentos necesarios para la vida, para la sobrevivencia.
Hay que apostar por nuestra juventud, la juventud rebelde que hoy desfiló por las calles de San José, la juventud que cree que no se han muerto las utopías ni los sueños, que no hubo ni habrá nunca fin de la historia mientras haya injusticias sociales, mientras haya sociedades fragmentadas por riqueza y pobreza, mientras haya derechos conculcados.
Jóvenes de Costa Rica, será necesaria la lucha y que nadie les diga que hay que aguantar y obedecer. Y que mucho menos se lo digan los que dejaron de soñar, los que traicionaron las utopías que algunas veces abrazaron cuando eran jóvenes, no admitan ese cinismo adultocéntrico. Los jóvenes siempre serán jóvenes aunque tengan ochenta años de edad, mientras mantengan coherencia entre lo que sueñan, con lo que hacen, lo que dicen, con sus actos éticos en todos los aspectos de la vida privada y pública.
José Merino del Río
Diputado
(Intervención en la Asamblea Legislativa el 1 de Mayo de 2009)